La sabiduría de la unidad

Emmanuel d’Hooghvorst. «El mensaje reencontrado» (1953)

«El Mensaje Reencontrado» es un libro que escoge a sus lectores. Ha suscitado grandes entusiasmos y también, en otros casos, la repulsión, el aburrimiento y la suspicacia.

¿Cómo definirlo? Nadie lo leerá de la misma manera. El nombre del libro indica la naturaleza de su contenido: el mensaje; ¿el mensaje de quién?, ¿de qué fecha es? ¿Por qué «reencontrado»?, ¿había sido perdido?, ¿por quién?, ¿cómo? ¿Por qué el autor de estas sentencias ha escogido este título?

Sin duda, esto requiere una inspiración. ¿Podremos descubrirla en estas páginas, a veces difíciles, enigmáticas, fastidiosas para algunos, pero a menudo también de un calor conmovedor, de una poesía, de una fe, de una simplicidad infantil? ¿Quiénes serán los lectores que sabrán discernir en él una sabiduría de la unidad, tan antigua como la humanidad tradicional, una sabiduría de santidad, una sabiduría de salvación? «El Mensaje Reencontrado» es, cómo decirlo, el misterio revivificado; ya no enseñado de manera enojosa por los historiadores, sino experimentado, asimilado y vivido en la simplicidad del corazón y del espíritu.

Hay que saber hojear al azar estas páginas con sentencias «condensadas como el aire líquido» y, sin embargo, de una soltura sorprendente, donde ninguna palabra es superflua, sino que todo se ordena en un sentido único que no se revela en la primera lectura.

¿Qué puedo decir de «El Mensaje Reencontrado», yo que lo leo desde hace treinta años y que siempre lo encuentro nuevo? Es un vademécum, el de los exiliados, la brújula de los que están extraviados, el compañero del peregrino.

Su autor vivió desconocido, incluso de quienes creían conocerlo. Meditó este libro en el silencio y el abandono de este mundo, formó y pulió las frases día tras día, con un saber hacer tan suelto como erudito.

Así pues, ¡leed en él la fe del Creador en su criatura, vosotros que vivís en este final de un mundo, la fatiga y la usura de todas las sutilezas! Este libro os gustará si preferís la cosa a las palabras, la sabiduría que une a la ciencia innumerable, la conciencia al delirio. Estos versículos no son impenetrables: hablan solamente a lo más esencial que hay en nosotros y, desgraciadamente, a menudo lo más abandonado o despreciado. He aquí por qué pocos lo aprecian.

Ellos son a quienes los editores de la tercera edición han querido servir, aquellos que están cansados de un mundo sin salida, de un mundo cada vez más lejano de todo lo que es verdaderamente humano, de un mundo en el que la sabiduría antigua parece irrisoria e inútil. Éstos verán que es suficiente con un solo hombre…

Emmanuel d'Hooghvorst

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