La perennidad del mensaje

Charles d’Hooghvorst (Carlos del Tilo), «Un libro antiguo para el tiempo presente» (1982)

Desde su nacimiento nuestra revista ha afirmado claramente sus objetivos: volver a las fuentes auténticas de la tradición. Es decir, volver a las Escrituras santas y sabias, así como a las obras de los maestros que las han experimentado en sus corazones, en sus espíritus y en sus manos. Éstos se reconocen por la conformidad de sus enseñanzas. Así pues, a lo largo de estos años nos hemos esforzado en dar a conocer el mayor número posible de dichos textos.

“El Mensaje Reencontrado”, obra moderna escrita entre los años 1938 y 1953, ¿se incluye en este marco preciso? ¿Está bien ubicada aquí, en el contexto de la gran tradición de todos los tiempos?

Quisiéramos dejar a nuestros lectores la libertad de responder a esta pregunta, con tal de que se tomen la molestia de leer y examinar por ellos mismos este curioso libro, compuesto por sentencias cortas, dispuestas en dos columnas –a veces tres– y agrupadas en cuarenta capítulos o libros, que el autor tardó cerca de quince años en escribir.

Lo que caracteriza al “Mensaje Reencontrado” es, ciertamente, su originalidad. No puede incluirse en ninguna de las corrientes del pensamiento espiritual de nuestra época. Después de haberlo ojeado superficialmente, algunos lo encontrarán demasiado cristiano, mientras que otros, fieles a sus Iglesias, lo juzgarán extraño a su fe, es decir demasiado poco cristiano. ¡Son ideas hermosas! dirán muchos sin comprometerse, pues quizá les gustaría que el juicio iluminado de una autoridad espiritual de este mundo les tranquilizara al respecto. Tal vez entonces sería mejor no decir nada, y eso es, ciertamente, lo que hacen la mayoría de aquellos que le echan una hojeada distraída.

Louis Cattiaux escribió “El Mensaje Reencontrado” en la soledad, sin ningún aliento exterior, en medio del hormiguero de una gran ciudad ¿Quién, pues, inspiró está obra? Su autor forjó con cuidado los versículos, día tras día, esmerándose en su obra como un hábil artista. Interpretando en este mundo una melodía que venía de “otra parte” y que era el único en oír. Ha transcrito y transmitido fielmente el mensaje ¿Quién tendrá la inteligencia de leerlo con buena voluntad, haciendo callar sus prejuicios? Éste descubrirá poco a poco por qué su autor lo tituló “el Mensaje”, comprenderá con gran asombro que este mensaje le está personalmente dirigido, que se dirige a su ser más profundo, pero, sin duda, también más ignorado.

La razón razonadora quedará aquí frustrada y humillada; pues según ella, los versículos se siguen y parecen dispuestos sin un orden lógico, la expresión del pensamiento parece fragmentada. Cada sentencia, por su condensación, se basta a sí misma y el hilo que las une secretamente, no aparece en una lectura superficial. Así pues, se puede abrir al azar, y posiblemente es como mejor hablará, dirigiéndose directamente al corazón, como a su verdadero interlocutor, dejando de lado a la baja razón, aquella que aún sigue polemizando desde los lejanos tiempos de la antigua falta. “La inteligencia y la razón humanas son humildes servidoras que jamás deben usurpar el puesto de la inspiración y del amor, que son los dueños de la casa de Dios” se dice en “El Mensaje Reencontrado”, libro XV, versículo 38’. Así fue escrito y por lo tanto, también hay que leerlo de este modo.

Este mensaje no es nuevo, no afirma nada que no haya sido dicho y vuelto a decir, los epígrafes que preceden y que acaban cada uno de los cuarenta libros, den fe de ello; ya que en el pasado, a menudo el mensaje ha sido dado a los hombres encorvados bajo el yugo de la ciega servidumbre de este mundo. A menudo, también, ha sido olvidado y perdido por ellos.

En efecto, es un mensaje de vida y salvación que no puede permanecer como letra muerta, que debe ser vivificado, vivido y experimentado, so pena de verse rápidamente relegado a los archivos polvorientos de una humanidad ignorante, incrédula y resignada. Únicamente aquél que, mediante la gracia de Dios, vuelve a encontrar la Sabiduría, puede devolver a los hombres su sentido viviente y unificador. Por esa razón, “El Mensaje Reencontrado” es un libro antiguo para el tiempo presente, este tiempo presente en el que la locura destructora de los hombres rebelados está a punto de alcanzar los límites del absurdo.

Es una obra para aquellos que se sienten decepcionados por las promesas vanas de este mundo, por sus ideales frustrados, por sus sistemas decepcionantes, por sus rebeliones y sus violencias inútiles, por sus aficiones irrisorias, por sus engaños y falsificaciones de todo tipo. Es para los que al fin han entendido que “las obras de este mundo son malas”, es decir, que llevan a la muerte dentro de sí.

Éstos habrán comprendido que el hombre no puede nada sin su Creador, Él, que por amor, lo puede todo con el hombre. La libertad de los verdaderos hijos de Dios, es lo que, paso a paso, enseña a experimentar en este mundo “El Mensaje Reencontrado”. a todos aquellos que tienen la audacia de creer en ella.

57. Os proponemos subir y profundizar. No os proponemos que os durmáis en el mundo, aunque sea sobre la almohada de la fe. Que los que quieran dormir duerman, y que nos ahorren sus vanas explicaciones y sus vanos sermones!
57′. No ha dicho el maestro: «Nadie puede ir al Padre si el Padre no lo atrae hacia él»? Pues bien!, ahora os decimos: «Nadie puede encontrar al Señor del cielo si no lo encarna en sí mismo».

MR XXV, 57

20. Los más sabios y los más inteligen­tes toman las Escrituras reveladas por tratados de historia y de moral.

20′. Los más santos y los más inspirados toman estas mismas Escrituras reveladas por tratados de ascesis y de mística.

20″. Dónde es­tán los Sabios iluminados de Dios que también saben reconocer en ellas la cien­cia oculta del Único Esplen­dor que salva de la muerte?

MR XXXVI, 20

15. La vida profana es la vida separada de Dios.

15′. La vida santa es la vida religada a Dios.

15″. La vida Sabia es la vida restituida en Dios.

MR XXXII, 15

Charles d'Hooghvorst (Carlos del Tilo)

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