Emmanuel d’Hooghvorst, «El mensaje profético de Louis Cattiaux», (1954)
Buzo ebrio de todos los dolores, ando errante
tristemente vestido con la piel de las bestias,
en este mundo exilado de las grandes pesadeces,
donde los hombres, apagados por la caída, se obstinan.
L. Cattiaux (1)
Una lógica oscura y certera parece conducir este mundo hacia un final desconocido, pero sin duda alguna catastrófico. El optimismo ingenuo del siglo pasado, poco a poco ha dejado paso a una gran inquietud, las más de las veces inconsciente, para los millones de individuos que componen nuestra civilización, una inquietud que, en general, se manifiesta por una inestabilidad creciente y una rebeldía generalizada de los espíritus y de los corazones.
Al igual que aquellos grandes ríos que se desecan a medida que avanzan a través del desierto, los manantiales de la vida parecen agotarse según aumenta la inteligencia del hombre (2); nos referimos a su malicia, a esta luz fría como la de nuestras lámparas eléctricas, que alumbran sin calor como fuegos muertos.(3)
Existe otra inteligencia, la verdadera que el hombre percibe con sus antenas, no las de la radio o de la televisión, sino con sus antenas naturales que le permiten comunicar con el profundo manantial de la vida oculta en la naturaleza, para llevarlo progresivamente hacia la luz viva y nutritiva.
Los grandes rebaños salvajes de las estepas no disponen de ningún radar, sino que tienen guías a los que obedecen y siguen. Por lo general son los individuos más ancianos y más sagaces, los que poseen las antenas más agudizadas. Son los que prevén las tormentas y los ciclones, los que saben, según las estaciones, dónde se encuentran los mejores pastos y también los que descubren las trampas y huelen el peligro. Son los videntes del rebaño y el rebaño los sigue con seguridad. Pero nuestras antenas están atrofiadas, hasta el punto de haberse convertido en órganos muertos, vestigios inútiles de una humanidad ya pasada. Pronto habrán desaparecido por completo. No nos sentimos seguros en ninguna parte. ¿No se aplican a nuestra época, mas que a cualquier otra, estas palabras del profeta Isaías?: “iave ha extendido sobre vosotros un espíritu de letargo; ha cerrado vuestros ojos, los profetas, ha echado un velo sobre vuestras cabezas, los videntes”. (Isaías XXIX, 10)
Y si, por casualidad, todavía hubiera entre nosotros un individuo que guardara intacta esta facultad tan valiosa de abrevarse a placer en el manantial de las aguas puras del Sol y de la Luna, o que la hubiera reencontrado tras una larga búsqueda, ¿qué suerte le reservaríamos? ¿Qué suerte le reservaríamos si se revelase a nosotros tal como es, es decir, psíquica y físicamente tan distinto? ¿Lo someteríamos a la benéfica acción del psicoanálisis, con el objetivo seguramente loable de readaptarlo? ¡Cattiaux, amigo mío, tu oscuridad en el mundo y su ceguera te fueron una extraña salvaguardia!
Quizá existen todavía, sobre la tierra adormecida, algunos hombres que velan y que interrogan a los astros como los magos de antaño. Para ellos escribimos estas líneas, exclusivamente para ellos, pues han recibido el don del cielo de poder “creer lo increíble”. Dispersos entre las tinieblas, nos son desconocidos. Sin embargo y sin saberlo, brillan como luciérnagas reflejando, en la tierra oscurecida, la claridad de las estrellas. ¿Quién sabe si los ángeles de Dios no vendrán a recogerlos uno por uno, para reunirlos en el regazo de la Virgen, antes de la gran tribulación que ciertamente viene? Esta gran tribulación tantas veces anunciada y siempre pospuesta, pero cuya proximidad resulta cada vez más evidente a aquellos que todavía son capaces de prestar atención.
Louis Cattiaux vivía en París, en la calle Casimir Périer, a la sombra de la Iglesia de Santa Clotilde frente a una tranquila plazoleta provinciana. En sus tarjetas ponía: “Louis Cattiaux, poeta, pintor y boticario”. En su misterioso taller de pintura a pie de calle, pintaba telas extrañas y magníficas, vírgenes hieráticas, rodeadas de símbolos olvidados. Las pintaba utilizando una materia rica, densa, coloreada al extremo. Afirmaba haber encontrado el secreto de la antigua materia pictórica de los hermanos Van Eyck, este secreto de oficio que los pintores de antes se transmitían de boca a oreja y de maestro a discípulo. Su arte tenía algo sagrado, sus telas parecían pentáculos y también la gente lo tomaba por mago. Era asimismo sanador y proporcionaba a quienes se lo pedían miríficas pomadas no carentes de efectos curativos.
Su minúsculo taller de pintura, mágicamente decorado, parecía encerrar el universo entero. Allí se respiraba el perfume de algún jardín de Edén guardado muy interiormente; y uno volvía con frecuencia, sin saber demasiado por qué, quizá sencillamente imantado por el calor. Pues lo que emanaba de este hombre era un calor nunca alcanzado, totalmente distinto de la simple cordialidad, y también como el presentimiento de un secreto inmenso, vivo, pero celosamente guardado, como el pez filosófico que nada en aguas profundas. Vivía cándidamente, con sobriedad, con pobreza según los hombres, alegre y feliz como un niño y como tal, sin malicia. Vivía como un buen padre de familia entre su mujer que amaba y su hijo que acariciaba a menudo y con ternura; pues este hombre tenía un hijo: un hijo que, cuando su padre lo tomaba en brazos y lo mimaba cariñosamente diciéndole: ¡Jesusito gordo!, respondía “miau”, con tanta gracia. ¡Era un gato mágico, por supuesto…!
Sus amigos se preguntaban: “¿Quién es este hombre?”, y sin poder responder con precisión a la pregunta, decían: “no es como nosotros”. –Cattiaux, ¿cuál era, pues, esta vida secreta que resplandecía en ti? ¿Acaso habías descubierto la joya de eternidad? ¿Habías penetrado el enigma de este mundo?
¿Queréis saber qué es este mundo? –solía preguntar–, imaginad un campo de concentración modélico; es una imagen que se nos ha vuelto familiar; un campo de concentración concebido y realizado según los últimos descubrimientos de la técnica y la ciencia psicológica, en el que el trabajo, perfectamente inútil además, sería racionalizado al extremo pero sobre todo, en el que cada prisionero sería su propio guardián y el de su vecino.
“¿Quién es el más grande de entre los prisioneros de la celda tenebrosa y hedionda?
¿Quién es el más estimable de entre los que se pudren en el callejón sin salida de la muerte?
¿Cuál es el más conocido, pero cuál es el mejor?
¿Cuál es el más honrado, pero cuál es el más útil?
¿Cuál es el inteligente, pero cuál es el santo y cuál es el Sabio?
¿Cuál es el salvado y cuál es el salvador?
¿Quién sirve y quién es servido verdaderamente?
¿El que comparte su pan o el que lo hace para todos?
¿El que limpia el calabozo o el que lo organiza?
¿El que consuela o el que cuida?
¿El que ruega por la liberación de todos o el que sufre con los condenados?
¿El que se rebela en medio de la esclavitud o el que se instala en ella?
¿El que predica la buena conducta o el que muestra la salida oculta?
¿El que quiere forzar las cerraduras de la muerte o el que busca la llave que las abre todas?”
MRXVIII, 10 (4)
Louis Cattiaux se calificaba de buena gana como “holgazán de Dios”, de este Dios que lo creó todo de la nada. Sin embargo, mientras no se ha encontrado, su búsqueda es el trabajo más penoso y doloroso que existe en el mundo. ¿Acaso no es Dios ese «inútil» que buscamos y que con seguridad encontraremos cuando seamos reducidos a nada, al menos en lo que se refiere a nuestras cortezas tenebrosas? El “corazón triturado como ceniza”, (5) del que hablan las Escrituras, no es una figura estilística.
“Quien alcanza al Señor de vida aquí abajo es como un holgazán al que todos los trabajadores del mundo no podrían igualar con todos sus trabajos.
¡Qué trabajador el que no se toma ni un respiro ni de día ni de noche en la búsqueda de la vida imperecedera!
¡Qué holgazán el que reposa en la unidad viviente del Único!”
MR XXV, 1.
Si Cattiaux se lanzó tan apasionadamente a la búsqueda del Único, fue porque no sabía que hacer en lo que llamaba “nuestro exilio de aquí abajo”, en el que se sentía totalmente extraño y al que nunca pudo adaptarse. No es por nada que lloramos en el momento de nuestra entrada en esta prisión de los campos de concentración y nuestro primer grito es un grito de dolor.
Aún habiendo soportado con valentía los trabajos, fatigas, decepciones, las pacientes investigaciones de un pobre pintor parisino, ignorado y sin apoyo, Cattiaux se avergonzaba de trabajar en el mundo y para el mundo. Afirmaba que sus cualidades naturales le predisponían a vivir exclusivamente en el jardín del Edén. Toda su rebelión interior la había dirigido hacia lo que él llamaba un extravío lamentable, tras el cual había venido a encarnarse aquí abajo. Consideraba vano todo trabajo mundano que fuera más allá del mantenimiento de la vida encarnada; del mismo modo, casi todos le consideraban a él como vano e inútil: “Has perdido tu vida, decían mirando mis manos vacías y nadie oía al Dios que cantaba en mi corazón”. (6)
Hacia el final de su vida, le oímos repetir muchas veces esta sentencia de un maestro sufí: “No pido más que un campo donde la locura pueda retozar libremente”. (7)
En París, el 16 de julio de 1953, a los 49 años, este holgazán dejó este mundo a causa de una “extraña y fulgurante enfermedad”, (8) totalmente inesperada. Había realizado en esta tierra una obra que el tiempo se encargará de manifestar con claridad.
Su obra pictórica, por sí sola, merecería un estudio exhaustivo. Condensó su experiencia artística en una obra todavía inédita titulada “Physique et Metaphisique de la Peinture”. (9)
Nos ha dejado unos poemas de una profundidad sorprendente: los “Poemas Zen”, “Poemas de antes”, “Poemas tristes” que llevan por epígrafe: “El atleta que se desnuda ante una asamblea de jorobados no ha de esperar cumplidos”; los “Poemas de la resonancia, del conocimiento”, y por último, los “Poemas alquímicos”, de los que ofrecemos un extracto a continuación:
“¡Antigua soledad de las selvas primordiales, donde brilla la esmeralda emanada de las estrellas! ¡Quién os encontró posee el secreto divino, que un maestro verdadero nos legó en el pan y el vino!”(10)
Pero sobre todo es de su obra principal, “El Mensaje Reencontrado”, de la que quisiéramos hablar aquí. Quizá habrá que esperar todavía, antes de que este mensaje profético pueda quebrar el muro de la indiferencia que lo envuelve y se difunda por el mundo. Cabe preguntarse si esa obra, madurada durante quince años en el silencio y el abandono, nos entregará el secreto de esa vida aparentemente inútil.
“No hemos nacido en una familia rica y nadie nos ha instruido en los misterios de Dios. Hemos tenido que descubrir, solo, las Sabias y santas Escrituras y hemos tenido que estudiarlas en la pobreza y en el abandono, a fin de que nadie se crea olvidado, sea cual sea su estado aquí abajo.
No hemos escrito el Libro en la paz ni en la seguridad de un santo retiro. Lo hemos escrito desde el principio hasta el fin en medio de la cloaca en fermentación de la gran ciudad, a fin de que nadie se crea abandonado, sea cual sea su situación aquí abajo”.
M. R. XXVII, 57.
Hemos hablado adrede de un mensaje profético. No existen otras palabras para calificar un libro tan singular y original, tanto por el fondo como por la forma, es decir, de origen tan evidente. En efecto, el profeta es un original en el sentido más concreto que se pueda dar a este término. Es ciertamente bajo este aspecto, que trasciende a todos los demás, como se dibujará en el futuro, cada vez con más precisión, la figura de Louis Cattiaux.
Pocos días antes de dejar este mundo, escribía en el libro XXXX y último del “Mensaje Reencontrado” lo siguiente:
“Iré a ti con las manos llenas de tu vendimia y la espalda encorvada por el peso de tu cosecha y mi alegría será recibir tu beso de vida y comunicarlo a los niños que me has confiado, ¡oh Señor que colmas la santa obediencia!
Iré a ti con el corazón purificado y el espíritu claro en tu cuerpo resucitado, si me envías tu salvación ya desde este mundo, Señor de amor y conocimiento verdaderos; porque sólo tu esplendor es recibido por tu esplendor y sólo tu santa unidad se funde en el Único”.
M. R. XXXX, 1.
«
Si hay que creer al apóstol Pablo, el ejercicio de la misión profética debe proseguirse mientras dure la cristiandad, es decir hasta el fin de los tiempos. En efecto, ¿acaso no ha escrito: “Aspirad al don de profecía como al más excelente”? (I Corintios XIV, 1-5)
Su misma excelencia ¿no designa a este don como la realización cristiana más perfecta? Sin embargo, por razones que sería demasiado largo de examinar aquí, (11) este don del Espíritu Santo se convierte en algo cada vez más escaso a medida que la humanidad prosigue su carrera descendente, que debería concluir al final del ciclo presente con otro nuevo diluvio. (12) Se ha convertido en algo tan escaso porque cada vez hay menos hombres cualificados para recibirlo, guardarlo y madurarlo. Y, en general, ya ni sabemos qué es un profeta y cuál es su misión. Incluso, quizá, el mero hecho de mencionar esta palabra hará sonreír. No queremos convencer a nadie. Basta con que algunos se reconozcan y se encuentren. Pero también nos ha sido recomendado poner a prueba los espíritus para saber si son de Dios. Particularmente en los últimos tiempos, los falsos profetas serán numerosos y seductores; de hecho, en la actualidad hay muchos. Quizá “El Mensaje Reencontrado”nos dará la ocasión de ejercer nuestro juicio y distinguir los verdadero de lo falso. Cattiaux escribió:
“Sometiéndonos de antemano al juicio de Dios, al juicio de los hijos de Dios, al juicio de los amigos de Dios y al juicio de los profetas de Dios, no podemos temer el juicio de los inteligentes del mundo ni el de los poderosos del mundo ni el de los hipócritas y de los ignorantes que ahora nos entierran”.
M. R. XXVII, 49’.
Este candor tan inesperado, esta ausencia total de malicia en la expresión, tienen algo que resulta chocante en el siglo XX. Si son ciertas, y al lector le corresponde juzgarlo, sólo pueden explicarse por la posesión de un inmenso secreto; pues el verdadero candor del hombre vuelto niño, es una gnosis que se “guarda”. Hemos aludido anteriormente a una imagen que no es nueva: la del mundo considerado como una prisión modélica. Cattiaux era muy consciente de ella: tanto su vida como sus escritos son un testimonio. Sin embargo, si la redescubrió en él y fuera de él, no fue porque hubiese sufrido la trágica experiencia de la que nos habla el autor de la “La hora veinticinco”,por ejemplo. Los personajes de Georgiu nunca se habrían quejado de su suerte aquí abajo, si no se les hubiera arrastrado a pesar suyo, a este drama abominable de los campos de concentración, las reclusiones administrativas, de las liberaciones automáticas.
En apariencia, Cattiaux llevaba la vida de “un burgués de París”, de un burgués un poco mago, es cierto, artista y original, pero, por encima de todo, de un hombre que no había salido nunca de su barrio, que vivía el día a día, al abrigo de los grandes torbellinos socio-políticos que sumergieron a millones de hombres en la desesperación y la rebelión. El conflicto que se desarrollaba en él era mucho más profundo. Era el drama del combate con el ángel. Aquel que lo emprende sólo puede terminarlo ventajosamente poniéndose de acuerdo con su adversario al final de esta larga noche de angustias, «en el momento en que los geománticos ven elevarse al oriente su Fortuna Mayor, por una vía que antes era oscura». (13) Entonces es cuando el exilio de aquí abajo se vuelve cruel para esta clase de vencedor, sea cual sea su posición en el mundo de la desemejanza; a partir de este momento ¿dónde encontrará aliados y amigos?
Parece como si, en las primeras páginas del libro del Éxodo, al hablarnos del descenso de los hijos de Abraham a Egipto, de la terrible estancia que sufrieron allí y por último, de su salida, bajo la guía de Moisés, el escritor sagrado hubiera querido proporcionarnos una síntesis de la historia del mundo y de la misión profética. El apóstol Pablo nos lo repite: “Todo esto les aconteció en figura y fue escrito para servirnos de aviso” (I Corintios X, 11). Las Escrituras nos dicen que los hijos de Israel, que bajaron con Jacob su padre, se hicieron poderosos allí tras la muerte de José y se multiplicaron. Observemos en primer lugar que, por esta paternidad, el texto sagrado nos sugiere la existencia de un misterio: “El número de almas que salió del muslo de Jacob era de setenta” (14) (Éxodo I, 5). Estas fueron las setenta almas que fueron a Egipto con Jacob. Luego se multiplicaron, tras la muerte de José. Tras su muerte, “los hijos de Israel empezaron a crecer y, como si germinaran, se multiplicaron…” (15) como si fuera necesario que José muriera para provocar la germinación y el crecimiento de sus descendientes. Paralelamente a este crecimiento, se produjo otro fenómeno: se erigió un nuevo rey sobre Egipto, que no conoció a José y los egipcios establecieron capataces sobre Israel a fin de agotarle mediante trabajos penosos y vanos. Le sometieron al trabajo forzado, amargándole la vida, haciéndole trabajar duramente el mortero y la piedra.
“Estas cosas no han sido escritas con un objetivo histórico —escribe Orígenes— no vayamos a creer que los libros santos nos cuentan la historia de los egipcios […] es para ti, que escuchas […] para que sepas reconocer que se ha alzado en ti un nuevo rey que desconoce a José. Es un rey de Egipto, te fuerza a dedicarte a sus ocupaciones, te hace trabajar para él la piedra y el mortero. Te impone jefes y supervisores, te conduce con el látigo y el palo a realizar trabajos de la tierra, quiere que le construyas ciudades. Te obliga a recorrer el siglo, turbar tierras y mares por afán de lucro. Este rey de Egipto es el que te hace pisotear el foro para juicios, disputar con los tuyos por un puñado de tierra […] cometer en tu casa bajezas y crueldades fuera de ella, infamias en tu propia conciencia. ¿Te das cuenta de que cometes tales actos? Tienes que saber que combates para el rey de Egipto, es decir que actúas bajo el impulso del espíritu de este mundo […]” (16)
Es la oposición de dos reinos, el de la luz y el de las tinieblas, cuyo príncipe “ya ha sido juzgado” por la vanidad de sus obras. A medida que la luz de Israel, al alejarse de su origen germina y crece, a su alrededor se produce, como por reacción, un endurecimiento de la corteza que la envuelve, una encarnación en una materia cada vez más grosera, que la oprime, la ahoga, y se opone ciegamente a su manifestación en el mundo.
“Cuando los sordos y los ciegos dominan en el mundo, los métodos groseros suplantan a los métodos sutiles” (M. R. XXVIII, 11), escribe el autor de “El Mensaje Reencontrado”; por eso, también los “los hombres sutiles” se sienten prisioneros y exilados en el mundo. Intentemos, pues, descubrir quiénes son los israelitas oprimidos aquí abajo. No todos son descendientes de los patriarcas, sino sólo los “que fueron a Egipto con José”. Éstos están mezclados con los egipcios como el buen grano y la cizaña y nada les distingue a primera vista, nada, si no es su deseo secreto, pues “estamos hechos de la tela de la que están tejidos los sueños”, dijo Shakespeare, glosando a su manera esta enseñanza de las epístolas: “La fe es la sustancia de las cosas que esperamos”. (Hebreos XI, 1) Los verdaderos Israelitas no lo son según el cuerpo sino según el espíritu. (17)
“La falta consiste en dejar en el abandono y en la indigencia a los buscadores de Dios. Pero el crimen consiste en obligarles a los trabajos del mundo bajo el pretexto hipócrita de utilizarlos o salvarlos.”
M. R. XXVII, 50’.
Y Dios dijo a Moisés en la zarza ardiente:
“He visto el sufrimiento de mi pueblo que está en Egipto y he oído el grito provocado por sus opresores, pues conozco sus penas […], el grito de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto la opresión que pesa sobre ellos a causa de los egipcios […]. Ahora ve, te envío al Faraón para hacer salir a mi pueblo, los hijos de Israel […]”. (Éxodo III, 7-10)
Y desde la zarza ardiente, IAVE comunica a Moisés su Nombre. Esta escena del Éxodo nos instruye sobre los misterios de la vocación profética. ¿Hacia quién envía Dios al profeta? Hacia su pueblo que está en Egipto. ¿Cuál es su pueblo? Aquel que gime y grita hacia Dios. ¿Cuál es la misión del profeta? Hacer salir al pueblo y conducirlo a tierra santa. ¿Cómo se realizará este reconocimiento entre el “profeta” y aquellos hacia quienes ha sido enviado? Moisés se hace reconocer en primer lugar por los Ancianos, es decir, por los jefes espirituales del pueblo, gracias a ciertos “signos”. Pero esto no es lo esencial, pues Jesús se quejaba amargamente de “esta generación malvada que pide un signo” (Marcos VIII,12).
Sobre todo, existen ciertas afinidades misteriosas entre la Palabra y aquellos a quienes va dirigida, y aquí tocamos los misterios de la elección, que son también los de nuestra libertad. “Escucharán tu voz” (Éxodo III,18), dijo Dios a Moisés. Los milagros y los prodigios realizados a la vista de todos por Moisés, tenían como objetivo presionar la Faraón, hacer que se tambaleara el poder de su imperio sobre Israel, pero no salvarlo. Por otra parte, los milagros de Jesús tenían por objeto reconfortar a los creyentes y confirmarlos en su fe, y leemos que allí donde no había fe, tampoco habían curaciones.
El enviado de Dios no se presenta de forma espectacular. Ningún signo, ningún atuendo particular, ninguna aureola de luz profana lo designa a nuestros ojos. Todo ello es inútil, pues él no va hacia el mundo sino que, en el mundo, simplemente va hacia los suyos, hacia sus hermanos que están en Egipto.
“Heme aquí […] hablo y vuestra alma se estremece al reconocer antiguas palabras: una voz que está en vosotros y que se había callado desde hace mucho tiempo, responde a la llamada de la mía […].” (18)
“Ciertamente, Cristo es único en Dios, pero sus formas son múltiples en la creación. Así lo reconoceremos primero por la obra y el peso, y después por la palabra; pero nunca por la apariencia”.
M. R. XXXI, 18’.
“¿Acaso no reconoceremos la palabra inspirada que resuena en la plenitud del verbo de entre las palabras delirantes que resuenan en el vacío del mundo profano?”
M. R. XXXIV, 66’.
Aquellos que han sido escogidos se han escogido a sí mismos en virtud de la visión profunda que los ilumina a través de las cortezas de la generación carnal y corruptible, esta generación malvada. Es un juicio infalible: se da al que tiene.
“Si Dios no nos otorga el don de creer, no podemos creer por nosotros mismos ni, sobre todo, permanecer en la fe en la vida salva e imperecedera, que él nos ha prometido como recompensa por nuestra fidelidad a su ley.
Podemos llorar por los impíos, no podemos juzgarlos y aún menos condenarlos, pues el señor es quien nos escoge y nos habita según su voluntad y no según la nuestra”.
M. R.XXIV, 36 y 36’
Tras los misterios de la elección y del reconocimiento, vienen los de la salida del pueblo santificado, o mejor dicho, del pueblo de santos, bajo la guía de Moisés, fuera de la tierra oscura, hacia la “tierra santa donde nada perece”. (19) Durante la noche, una columna de luz guía sus pasos, durante el día, una nube los cubre y los oculta a la mirada de sus perseguidores. (20) La claridad que ilumina el camino de la gnosis es una guía segura para aquellos que la siguen tras haberla conocido una vez, pero para los impíos, los hipócritas y los violentos, también es una nube que les ciega conduciéndoles a la disolución en las aguas del Mar Rojo. Por eso, también los libros santos y las enseñanzas de los antiguos sabios tienen al menos dos sentidos: un sentido aparente, el vestido de sombra, y un sentido oculto, el núcleo de luz. (21) ¿No fue esta misma luz, el astro que condujo a los reyes magos desde un país lejano hasta el nacimiento del hijo de Dios?
“¡Oh, vosotros que esperáis la salvación de Dios, despertad en el mundo!
Y buscad la luz secreta de las palabras de vida en vez de contentaros con su vestidura de sombra”.
M. R. XXXV, 77.
Y de esta misma luz secreta no se ha escrito: “Y la vida era la luz de los hombres y la luz luce en las tinieblas y las tinieblas no la han recibido?” (Juan I, 4 y 5) Por eso, los hacedores de las obras de las tinieblas dicen en su noche: mostradnos algo y creeremos, acreditando así todavía más su ceguera. Pero, ya lo sabemos, esta luz ilumina un camino y este camino lleva al nacimiento del hijo de Dios, es decir, del Sol de Justicia, del que está escrito que germinará de la tierra.
“¿Quién puede diferenciar el fuego del fuego? ¿Quién puede encarnar el Sol en la estrella de la mañana salida de la tierra tenebrosa?”
M. R. I, 18.
“Quien siembra y cosecha la luz del Sol posee la más alta virtud y el mayor tesoro del mundo total”.
M. R. III, 40.
Son las bodas del Cielo y de la Tierra.
“Ni la moral del mundo ni su licencia nos librarán de la muerte.
La ciencia de Dios no admite ningún progreso, porque es perfecta desde el comienzo.
Solamente el amor encarnado del Perfecto que reina en el cielo.
Y su luz ilumina al creyente que acuerda el cielo con la tierra”.
M. R. XXXV, 78 y 79.
En la cima del Sinaí, IAVE dijo a Moisés:
“Juntarás al pectoral del juicio el Urim y el Tummim y estarán sobre el corazón de Aaron cuando se presente ante iave. Así Aaron llevará constantemente sobre su corazón ante iave, el juicio de los hijos de Israel.” (Éxodo, XXVIII, 30).
Así Urim significa, luz y Tummim, perfección. He aquí el comienzo y el fin, pues la perfección de la luz no es otra cosa que el fruto muy pesado del Sol, esa luz corporificada, el cuerpo adorable y glorioso del Hijo de Dios ante quien todos serán juzgados: tanto los vivos como los muertos. ¿Y quiénes son los vivos?
“Algunos elegidos de Dios han recibido, ya en este mundo, el don espiritual y corporal del Altísimo antes del fin de los tiempos.
Estos son los niños queridos de Dios, en quienes ha puesto toda su confianza, y los grandes testigos de su juicio”.
M. R. XXXIV, 15.
“La salvación de Dios es la ciencia más experimental que haya, pues es la ciencia de Dios que ha creado el mundo y los universos que lo rodean, ¡y éste no delira abstractamente en el vacío!
Comprenda quien pueda.
Volvemos a decir la revelación enorme por ser increíble: Dios envía su esencia santísima que se encarna en la purísima sustancia del mudo para la salvación de toda la creación caída.
Experimente quien quiera.
Consideremos NAVIDAD. Penetremos la NAVIDAD. Imitemos la NAVIDAD. Adoremos la NAVIDAD. Cantemos la NAVIDAD”.
M. R. XXXVII, 53
San Agustín aludía a los misterios del juicio en sus instrucciones de catequesis al hermano Deogratias:
“Pues vendrá en el esplendor de su potencia, aquel que, en primer lugar, condescendió con venir a la bajeza de la naturaleza humana y separará a todos los santos de aquellos que no lo son, no sólo de aquellos que rehusaron creer en él, sino también de aquellos que creyeron, pero en vano y sin frutos”. (22)
Puesto que “la fe sin las obras es una fe muerta” (Jaime II, 17).
Respecto a estos mismos misterios, he aquí de nuevo un fragmento de “El Mensaje Reencontrado”:
“Como el mono que permanece prisionero de la calabaza, con la mano obstinadamente cerrada sobre el cebo, también nos bastaría con soltar el puñado de barro que apretamos estúpidamente en este mundo para ser devueltos a nuestra libertad primera. Sin embargo, todos se burlan de los monos y nadie entrevé su propia codicia.
Mi señor me preguntó una vez: “¿Qué me traerás en el día del juicio?” y yo contesté: “A ti, en tu secreto en mí”. Entonces dijo: “Está bien. Ve pues, germina, madura y fructifica para mi cosecha”, y lloré amargamente de estar aún recubierto por el barro de la tierra extranjera”.
M. R. XX, 9
Vendrá el día en el que lo oculto será puesto al descubierto; en el que los misterios sepultados bajo las piedras de nuestras antiguas catedrales serán manifestados, en el que la virgen negra que dormita silenciosamente en las criptas húmedas se alegrará de nuevo como la nieve florecida.
«
Jesús dijo a la multitud, hablando de Juan Bautista:
“Es aquel del que está escrito: he aquí que envío mi mensajero ante vosotros para que os preceda y os prepare la vía. En verdad os digo, entre los hijos de las mujeres no ha habido nunca un hombre mayor que Juan-Bautista, sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él”. (Mateo XI, 10 y 11)
Y san Pablo, refiriéndosea los profetas, dijo:
“Han errado de acá para allá recubiertos de pieles de cordero y de cabras, desprovistos de todo, perseguidos, maltratados; aquellos de los que el mundo no era digno”. (Hebreos XI, 37 y 38)
Aunque hayan errado en este mundo, cubiertos por la piel de bestia de los hijos de Adán, no han dejado de caminar como asnos portadores del Santo Sacramento, cargados con el tesoro del rey de los cielos. Aquellos que rechazan al asno a causa de sus orejas grandes y de su pelo áspero, demuestran así que, una vez más, se dejan cegar por las apariencias del mundo.
“Felices quienes se acuerdan de que el Señor nació en un humilde establo, muy felices quienes reencuentran su huella en este mundo y felicísimos quienes lo calientan de nuevo como asnos sabios”.
M. R. XXXX, 16
Los misterios del profetismo son, como su propio nombre indica, los de la palabra. Aquella palabra que le fue comunicada a Moisés en la zarza ardiente. Pero la palabra de Dios no vuelve a él sin haber germinado y vegetado. (23)
“La palabra de Dios procede de su NOMBRE y vuelve a su NOMBRE. Sale fluida y vuelve sólida.
¡El Señor de los mundos toma cuerpo a su vez!
¡Oh Milagro!, ¡oh misterio!, ¡oh perfección!, ¡oh, Todo que madura!”
M. R. XXXI, 44
Este Nombre inefable e inaudito para los mortales es el que da la existencia y la vida a todas las cosas. Es el que mata pero también el que lo renueva todo cuando canta la nueva primavera de la Resurrección. Es también este Nombre, el que bendice o maldice según la manera como se presenta a nosotros y según la manera como nos presentamos a él. Pues posee un anverso y un reverso. Al igual que la esfinge de la fábula que devora a los transeúntes poco clarividentes, IAVE nos es presentado por los profetas bíblicos, revestido de terror, de cólera y de muerte. Somos los transeúntes de este mundo y todos, algún día, tendremos que responder a la pregunta fatídica. ¿Qué haremos entonces? Está escrito que los hombres mueren por no haber observado “las obras de IAVE” (24) y sin embargo, este mismo Dios, lleno de cólera, terrible y destructor, ¿no es llamado también el “Dios de los vivientes”? Asimismo, los profetas nos han hablado de lo que podríamos llamar “las dos caras de Dios”, nos han predicho la historia del mundo y su desarrollo hasta la disolución final. Pero, paralelamente a eso, de la evolución de la Santa Piedra hasta su coagulación final; de aquella piedra que rechazaron los constructores y que se convertirá en una piedra de escándalo para ellos, pues edificaron en la vanidad. “Y estos serán como un sueño”, dice el salmista, “que IAVE disipa al despertar” (Salmos LXXIII, 20), de esta Piedra, por último, contra la cual las puertas del Cheol no prevalecerán. “Dios forma y disuelve imágenes, pero salva algunas por medio del Hijo, que es semejante al Padre” (M. R. XX, 47).
La trampa de este mundo consiste en correr sin cesar tras las apariencias engañosas, en vez de buscar a aquél que las anima todas, decía Louis Cattiaux. Sin embargo, ¿quién podrá alcanzar el corazón muy puro y santo que vive en el centro de todas las cosas si no viene por sí mismo en un don de amor? ¿Acaso el Sagrado Corazón no está rodeado de un círculo de espinas protectoras, como la frente del Señor? Y, ¿cuántos, por demasiada prisa y violencia, se han herido y desgarrado cruelmente? Y, ¿cuántos han muerto en el camino a causa de sus heridas? ¿No es necesario primero que él queme estas espinas con el fuego de su amor a fin de que podamos alcanzarle en la dulzura de las cenizas nutritivas, allí donde ya nada es combustible? Dios dijo a Moisés, desde el seno de la zarza ardiente: “No te acerque aquí, quítate las sandalias, pues el lugar en el que estás es una tierra santa”. Y Moisés “escondió su rostro ya que temía mirar a Dios” (Éxodo III, 5 y 6). Todas estas cosas fueron escritas de nuevo para nuestra instrucción y nada ha sido dicho inútilmente. La pureza que permite hollar la tierra santa y la claridad de la mirada, eso también es un don de amor.
Un maestro del hermetismo de la Edad Media escribió que no podemos conocer a IAVE si primero no lo hemos disuelto, purificado, desprendido del velo mosaico y del aspecto de cólera y si, por una iluminación divina ulterior, no hemos hecho surgir de Dios, su corazón y su alma que es Cristo. Esto se realiza gracias al Espíritu Santo, que purifica nuestros corazones como lo haría un agua pura; más incluso, los ilumina como un fuego divino. Y entonces, el Dios irritado “se te aparecerá apaciguado”.
“En este día, dirán: Una viña que produce un vino generoso, ¡cantadla! Soy Yo, IAVE, quien la custodia; la riega en todo los tiempos; para que nadie penetre en ella, día y noche la guardo; ya no tengo cólera. ¿Quién me dará zarzas y espinas para combatir? Caminaré contra ellas y las quemaré. O bien, hagan las paces conmigo, que conmigo hagan las paces”. (25)
“Y Jesús dijo: Soy la viña y mi padre es el viñador… soy la cepa y vosotros sois los sarmientos… permaneced en mí y yo en vosotros…”
“Como esas estrellas que súbitamente se inflaman en la noche del cosmos, el corazón divino explota sin mesura cuando un sabio penetra hasta él”. (26)
Se nos podría reprochar, con mucho tino, una evidente falta de pudor si reuniéramos aquí todos los versículos de “El Mensaje Reencontrado” que descubren la experiencia que el autor hizo de estos misterios terriblemente santos. El lector curioso los reconocerá fácilmente.
“La verdad de Dios corre al encuentro del que la busca con un corazón humilde y purificado. Pero huye de los que creen poder violentarla, se esconde de los que la desdeñan y abandona a los que la perjudican”.
M. R. XII, 38
“Quien lea hasta el final el Libro de los contrarios y sepa unirlos en el nombre único, doble, cuádruple y óctuple parecerá sabio a los sabios, santo a los santos y loco a los locos.
Así, muchos han disertado magníficamente acerca de Dios, de sus atributos y de su creación, pero ¿cuántos han entrevisto la orla de su manto y cuántos han besado la huella de sus pasos? Pero, ¿cuántos entonces, han contemplado el esplendor de su cuerpo y cuántos, ¡oh, estupor!, han saboreado las delicias de su corazón?”
M. R. XIII, 38
Nos hemos esforzado en hacer hincapié en este aspecto del Mensaje “Catesiano” que nos habla precisamente de esta coagulación de la Santa Piedra. Pero no podemos desdeñar otra faceta de su libro que nos lo vuelve más cercano, más accesible quizá: la que nos habla de la disolución próxima del mundo presente, de este siglo que vuelve al polvo. Al principio del libro XXXIX, Cattiaux había escrito a modo de epígrafe este aviso dirigido a los pequeños pastores de la Salette por la Dama de luz: “Al primer golpe de su espada fulminante, las montañas y la tierra entera temblarán de espanto, porque los desórdenes y los crímenes de los hombres traspasan la bóveda de los cielos”.
Lo que queremos decir al respecto quizá no sea del gusto de todos; el escepticismo en estos temas es quizá también un juicio de Dios. “El Mensaje Reencontrado”contiene múltiples profecías precisas sobre lo que podríamos llamar los últimos tiempos del mundo actual. Están repartidas a lo largo de toda la obra. Sin embargo, en la primavera del pasado año, (27) esta amenaza debió parecerle muy próxima y fue entonces cuando escribió el libro XXXIX cuyo tono perentorio y acuciante no escapará a nadie:
“Los sabios oficiales, herederos y descendientes de los sopladores rabiosos, que fueron los primeros en forzar el fuego, la naturaleza, a los seres y las cosas, ahora son más honrados y recompensados que nadie, porque son los sacerdotes de la ciencia del maldito que tiene el mundo entre sus garras…
que lo encadena bajo el pretexto de liberarlo, que lo envenena bajo la máscara de la beneficencia, que lo embrutece con la promesa de distraerlo, que lo sumerge en las tinieblas prometiéndole la luz, que le priva del Dios de vida haciéndose pasar por él, e imponiendo la muerte a todos.
No es por casualidad que los demonios del Infierno están representados accionando sin parar fuelles de fragua que fuerzan el fuego donde se queman los condenados.
Ahí estamos, pero nuestra situación es tan idéntica a la imagen antigua que ya no podemos conocer el estado en que nos ha precipitado el maligno.
¿Hay algo más estúpido que la máquina? Y ¿no estamos bajo el reinado de la máquina ciega y sorda? Y ¿no adoramos la máquina que nos mastica bestialmente?
¿Hay algo más estúpido que el Estado anónimo? Y ¿no estamos bajo el reinado de la Bestia ciega y sorda? Y ¿no adoramos a la Bestia que nos tritura ciegamente?
Los magos oficiales del Faraón son más fuertes que nunca en el mundo. Solo han cambiado de apariencias y de astucias, de nombres y de métodos, pero sus prodigios siguen asombrando al mundo y lo mantienen en la esclavitud de la muerte.
La ciencia profana ha conquistado incluso el corazón de los religiosos que se alían con ella, sin darse cuenta que los devora sin perdón.
Porque han despreciado la ciencia de Dios que se ha retirado de ellos, y ahora son ridiculizados por la ciencia del demonio al que adoran públicamente.
El tiempo de las máquinas apenas empieza y todos están seducidos, sin darse cuenta de que las máquinas son obras muertas que no producen más que la muerte.
Y todos creen servirse de las máquinas sin darse cuenta de que son ellos quienes sirven a las máquinas como esclavos embrutecidos por la muerte.
Ahora, todos defienden la causa del rebelde y ensalzan su obra maldita. Sacerdotes e incrédulos, monjes y laicos, sabios e ignorantes, artistas y obreros, ricos y pobres, sanos y enfermos, bienpensantes e impíos, jefes y peones, todos aplauden al fuego que les va a devorar.
Los impíos dicen: Hemos sustituido a Dios por nuestra ciencia y los creyentes añaden: Dios ha dado la ciencia al hombre para que se libere, pero ni unos ni otros ven el abismo abierto bajo sus pies ni el humo que sube y va a sepultarlos para siempre.
¡Oh, dolor! Nuestra voz es ahogada por la multitud de lisiados que se hunden alegremente en la muerte hedionda del infierno, y permanecemos solos, sin medios ni auxilio, para hacer oír la advertencia última del Señor de justicia que nos envía al mundo, como el grano bajo la rueda del molino.
¡Oh, castigo cruel! El libro de la liberación permanece desconocido mientras que la inmundicia misma es regiamente financiada por los ricos del mundo, mientras que la fe muerta rebosa de los dones de los bienpensantes, mientras que las obras de muerte son alentadas por los bienintencionados que sirven al demonio sin querer saberlo.
¡Oh!, ¿quién dirá con nosotros la urgencia de arrepentimiento? Y ¿quién vendrá a ayudarnos a reunir la simiente del mundo nuevo? ¡Oh!, ¿quién lanzará con nosotros el grito de alarma antes de que el absurdo engulla el mundo? y ¿quién rogará al Señor de perdón, a fin de que el Libro aparezca antes del golpe centelleante de su rayo que retumba?”
M. R. XXXIX, 28-36
Hay una diferencia esencial entre videncia y profecía. El profeta siempre es vidente, sin embargo, el vidente no es profeta. Aunque este tipo de definiciones siempre es delicado y necesariamente incompleto, podemos afirmar que, en general, la videncia es una aptitud natural que permite ver en el mundo sutil –lo que los ocultistas modernos llaman el mundo astral– los acontecimientos futuros que están en gestación. Es un papel puramente pasivo y, necesariamente, bastante limitado, aunque pueda haber un gran número de matices y grados de realización. En el ejercicio de la videncia interviene el discernimiento de los espíritus, que no todos los videntes ejercen con igual éxito. El vidente es capaz de predecir, sin embargo es incapaz de profetizar. La profecía, por el contrario, es un don del Espíritu Santo: el sujeto juega un papel pasivo y activo a la vez pues, si bien comulga con la conciencia cósmica, también fija el porvenir por el mero hecho de “proferir” la palabra, y el futuro, así fijado por la palabra profética, se convierte en el “fatum”de los antiguos. (28)
Hoy en día, espíritus iluminados como René Guénon y Raymond Abellio, apoyándose en las ciencias tradicionales, han anunciado el fin inminente del ciclo actual de la historia. Para Abellio por ejemplo, esta disolución del mundo vendrá sin duda por una catástrofe de tipo geológico, un nuevo diluvio, análogo a los que destruyeron antaño la Lemuria y la Atlántida. “El Mensaje Reencontrado” nos da un aviso parecido:
“Desde que se nos amenaza con el fin próximo del mundo y que nada ocurre, dicen los impíos, ya no creemos en esta broma pesada. Ahora, dejadnos en paz y dejad que nos organicemos por nosotros mismos en este mundo que nos pertenece.
Desgraciadamente, no saben que las plegarias, las lágrimas y el sacrificio de los santos y de su patrona son lo único que ha retenido hasta ahora el brazo de la cólera de Dios, pero el peso aumenta proporcionalmente a nuestra negación de Dios, y ahora es enorme y se vuelve insostenible, incluso para los más fuertes.
Incluso los crujido de la cólera de Dios, que vacila antes de abatirse sobre el mundo, no serán comprendidos por los hombres revelados contra Dios. Incluso los estruendos de la cólera de Dios, que hierve antes de sumergir al mundo, no será comprendido por los hombres ocupados en sí mismos”.
M. R. XXXIX, 42 y 43
“Amigos míos, ¿no veis la agitación del absurdo que se amontona ante vosotros por todas partes en el mundo, en un equilibrio imposible?
¿No veis la negación universal del verdadero Señor de vida, en beneficio de aquel que falsifica y desencarna toda vida para saciarse de ella?”
M. R. XXXIX, 46
En su obra, Abellio imagina la creación de una “Orden”, similar en algunos puntos a las grandes órdenes religiosas de la Iglesia Católica, que respondería más exactamente a las nuevas exigencias. Pues, dice, en la actualidad el problema ya no consiste en salvar a este mundo sino sencillamente en salvar y agrupar al pequeño grupo de hombres cualificados para poder formar el nuevo mundo postdiluviano. Aunque sólo conozcamos al Sr. Abellio por sus escritos, hemos querido hacer hincapié en este nuevo testimonio de la gran inquietud que, paulatinamente, invade a aquellos que todavía tienen los ojos abiertos.
Algunos nos han hecho la siguiente pregunta: ¿Tenía el autor de “El Mensaje Reencontrado” la intención de “fundar una nueva religión?” Responderemos que ninguna idea le fue más ajena, a causa del carácter totalmente profano de la que está impregnada. Además, no ha habido más que una única religión desde el comienzo del mundo. El autor escribió este libro para servir a los creyentes en la unidad y no para añadir algo más a la confusión de las lenguas.
Además, en relación al “Mensaje Reencontrado”, es imposible hablar de “revelación nueva”, en el sentido en que no se puede añadir ni suprimir nada a lo “dado” de la revelación tradicional, que es completa. Esto es una tradición constante en la Iglesia y nadie puede apartarse de ella sin caer, a su vez en las aberraciones y extravíos del falso profetismo. En este terreno no hay “progreso” ni “evolución”. Precisamente nos hemos esforzado en enseñar, en la medida de lo posible y en el marco restringido de este estudio, la conformidad de la inspiración de “El Mensaje Reencontrado” con la de las Escrituras y es esta conformidad la que la legitima y autentifica:
“Las palabras de los sabios son como aguijones y sus obras como clavos hincados profundamente; nos son dadas por un único Pastor”. (Eclesiastés XII, 11)
Legítimamente, sólo se puede hablar de revelación nueva en el sentido de un nuevo velo que cubre el mismo misterio antiguo, que permanece siempre eternamente idéntico en sí mismo.
“¡Oh, pura esencia, incluida en la pura sustancia, que gimes en el hombre caído!, permite que el Libro que habla de nuevo de tu amor aparezca en el mundo, a fin de que tus niños enlutados perciban una vez más tu llamada antes del juicio aterrador que viene.
¡Oh, Amada que contienes al Amado!, permite que el Libro de tu esplendor imante de nuevo a la multitud de tus niños caídos en el barro y que yerran miserablemente, tranquilizándose con tu antigua promesa sin hacer nada para penetrarla ni para ponerla en práctica verdaderamente.
¡Oh, Padre-Madre-Hijo santísimos!, dígnate iluminar a tus agonizantes antes de que sea demasiado tarde”.
M. R. XXXIX, 8
Todavía no hemos agotado el tema. Sería por lo demás una labor imposible. No hemos hecho nada más que rendir testimonio de lo que hemos leído y escuchado. Esperamos que aquellos a quienes el autor ha dedicado su libro nos disculpen por nuestra indigencia. “El Mensaje Reencontrado” lleva, en efecto, dos dedicatorias. Una es general, aunque se dirija sólo a un número muy reducido: “Este libro no es para todos, sino sólo para quienes les es dado creer lo increíble”. La segunda dedicatoria es más particular; sin embargo atañe a un gran número de hombres de nuestro globo: este Mensaje está especialmente dedicado a los pueblos negros cuyo advenimiento en el mundo está anunciado. Tras haber sido esclavos durante tanto tiempo o considerados como unos niños a los que hay que tutelar, los pueblos negros serán libres, poderosos y dominarán a sus antiguos amos. Para ellos, especialmente, ha sido escrito este libro, bajo la inspiración del Espíritu.
«
Cuando el mago Merlín (29) descendió a la Bretaña azul para instaurar la búsqueda del Grial, según la orden de Dios, sus aliados le reconocieron y le acogieron con alegría, aunque su origen fuera oscuro. Con frecuencia se divertía cambiando de forma para desconcertar a los extranjeros, para extraviar a sus enemigos; pero sus amigos se reían de ello y también se regocijaban con él, pues sabían reconocerle bajo cualquiera de sus aspectos: ora era un ciervo astado, ora, un hombre salvaje barbudo, o un joven y bello mozalbete. El mago era dueño de las formas y las apariencias, puesto que todas le pertenecían.
Pero, si bien el cuento nos narra todo lo que hizo Merlín con respecto al Grial y cómo reveló su existencia y búsqueda a los caballeros del rey Arturo, también nos habla, en último término, de sus locos amores con Viviana, su inmortal amiga.
¿Por dónde la estuvo buscando tan apasionadamente y durante tanto tiempo? ¿En las ruinas de Komper, en las cuevas olvidadas, en las orillas de Painport?
La encontró cuando ya no la buscaba.
Fue en bosque de Brocelianda, junto a una fuente clara. en la que la arena brillaba como plata fina. Su nombre significaba “de nada me sirve”. (30) Ya con la primera mirada, Merlín reconoció a Viviana y Viviana a Merlín y, tras haberla visto, se enamoró de ella. Al fin y al cabo, ¿no era él el único que podía verla? Otros muchos no habían hecho más que mirar y pasar de largo. Le prometió que se volverían a ver la vigilia de San Juan. No obstante, el cuento no nos habla en absoluto de sus retozos amorosos.
Se volvieron a encontrar junto a la fuente, en el magnífico vergel llamado “Repaire de Liesse” que Merlín había suscitado de forma mágica para su amiga. En cada uno de sus encuentros Merlín sentía crecer su amor hacia Viviana a causa de la encantadora acogida que ésta le hacía. Era como una imantación cada vez más fuerte. Un día, y siempre gracias a su arte de magia, Merlín ofreció a Viviana un misterioso palacio situado en medio de un lago, el lago de Diana. Nunca nadie “que no fuera de su casa” lo vería, pues era invisible para cualquiera y los ojos extraños sólo veían agua. Y si por desgracia, cualquier ladrón, al querer robar este secreto, entrara por envidia o traición, moriría ahogado, imaginando que lo penetraba. –“¡Por Dios, querido amigo, dijo Viviana, nunca se oyó hablar de una morada más secreta y más bella!”.
Pero Viviana estaba celosa. Quería poseer toda la ciencia mágica de Merlín, y Merlín no pudo resistir la tentación de enseñársela poco a poco. Como Viviana era “gran sacerdotisa en las siete artes”, lo ponía todo por escrito y sólo pensaba en enseñarlo. ¿Acaso no es ella “el alfabeto de los profetas”? (M. R, letanía 36).
“–Señor, le preguntó un día, todavía hay algo que desearía saber: ¿Cómo podría yo encerrar a un hombre sin torres, ni muros, ni hierros, de forma que no pudiera escaparse sin mi consentimiento? Merlín agachó la cabeza suspirando. –¿Qué os ocurre, Señor?, preguntó Viviana. –Ya sé en que pensáis, y que queréis encerrarme para siempre jamás y como os amo por encima de todas las cosas, tendré que hacer vuestra voluntad”.
Tan gran amor, ¿no exigiría acaso que Merlín hiciera la voluntad de Viviana y Viviana la de Merlín?
“–Señora mía, dijo Merlín, la próxima vez que vuelva, os enseñaré lo que deseáis”.
Y con tristeza Merlín volvió hacia sus amigos, a la corte del rey Arturo, pues sabía que ésta era la última vez y que ya no los volvería a ver más. Así pues, cuando llegó el día del encuentro con Viviana, Merlín comunicó a los reyes su intención de partir para siempre. Pero no entendieron lo que les decía. No obstante, cuando el rey vio que habían transcurrido siete semanas y que Merlín no aparecía, recordó con amargura las palabras que su amigo le había dicho y permaneció durante mucho tiempo pensativo y sombrío.
A unas horas de allí, mientras el caballero Gauvain, sobrino del rey, recorría el bosque de Brocelianda en busca de Merlín, oyó una voz lejana que le llamaba y se encontró ante “una especie de vapor que, por aéreo y translúcido que fuera” impedía el paso a su caballo.
“–¡Ay, Gauvain! dijo Merlín, no me volveréis a ver nunca más y después de vos, no hablaré a nadie más que a mi señora. El mundo no posee torre más fuerte que la prisión de aire donde ella me tiene encerrado…
–¿Qué?, bello y querido amigo, dijo Gauvain, ¡vos, el más sabio de todos los hombres!
–¡Eso no!, pero sí el más loco, añadió Merlín, pues ya sabía lo que me iba a ocurrir. Un día que erraba con mi señora por el bosque, el sueño se apoderó de mí cuando estaba al pie de un arbusto espinoso, la cabeza en su regazo; entonces mi señora se levantó y con su velo hizo un círculo alrededor del arbusto; cuando desperté, me hallaba en un magnífico lecho en la habitación más bella y cerrada que jamás haya existido. ¡Ah, Señora, le dije, me habéis engañado! Ahora ¿qué será de mí si no permanecéis aquí, junto a mí?
–Amigo mío, estaré aquí muy a menudo y en vuestros brazos, pues me tendréis a partir de ahora lista para vuestro placer.
Y, en efecto, no hay noche ni día que no disfrute de su compañía. Y estoy más loco que nunca, pues la quiero más que a mi propia libertad”.
Un día hablábamos de esta leyenda, si leyenda es, con el autor de “El Mensaje Reencontrado”.
–Es curioso, nos respondió, lo que me decís de Viviana, pues tengo la esperanza de poder desaparecer un día, disuelto por el hada Viviana, y resucitar gloriosamente en ella.
“Releamos sin cansarnos las palabras santas y Sabias, pues cada tiempo será para nuestros corazones como un rocío siempre más abundante y siempre más nutritivo.
Todo el Universo y nosotros mismos somos tinieblas y muerte sin tu amor, Señor
Mientras que sin nuestro amor permaneces vivo y resplandeciente para siempre ante nuestra agonía miserable.
¡Oh, mi Señor y mi Dios!, por tu amor por nosotros, que es infalible, permite que nunca desfallezca nuestro amor por ti. ¡Oh, mi Rey!, haz que nuestros rostros ya no se aparten de tu rostro hasta que entres en nosotros y hasta que penetremos en ti para siempre”.
M. R. XXXVI, 108.
NOTAS:
(1) L. Cattiaux, «El exiliado», “Poemas de la resonancia” in “Física y Metafísica de la Pintura”, Arola ed., Tarragona, 1998.
(2) Todo vuelve al polvo, “solvet saeculum in favilla”, nos enseña la liturgia católica; y ciertamente hay aquí más que una imagen, si pensamos, por ejemplo, en las más recientes realizaciones de la ciencia atómica: el siglo se disolverá en polvo…
(3) La inteligencia de Dios que no es fecundada se convierte en malicia.
(4) L. Cattiaux,“El Mensaje Reencontrado”, Arola ed., Tarragona, 2000. Para mayor facilidad, utilizaremos la abreviatura M R. cuando nos refiramos a esta obra.
(5) Salmos XLIV, 26.
(6) L. Cattiaux, «Poemas del conocimiento» in “Física y Metafísica…” cit.
(7) Jelal-ed-din Rumi.
(8) Según la expresión de uno de sus amigos, Jean Rousselot, en el Echo d’Oran.
(9) Actualmente existen dos ediciones de esta obra, una en francés publicada por Les Amis de Louis Cattiaux y otra en castellano, publicada por Arola ed. Tarragona, 1998. En está edición está incluida la obra poética así como una selección de sus dibujos y pinturas.
(10) Íbidem, «La joya».
(11) A este respecto, véase René Guénon: “Le règne de la quantité et les signes des temps”, ed. Gallimar, París, 1945 (Taducción española de ed. Paidós)
(12) Raymond Abellio se ha preocupado por este tema en un libro reciente. Volveremos a ello posteriormente: R. Abellio, “Vers un nouveau Prophétisme”, ed. Gallimard, París, 1953.
(13) Dante, “La divina Comedia”, Purgatorio, XIX.
(14) Vulgata: “Erant igitur omnes animae eorum qui egrssi sunt de femore Jacob”.
(15) Vulgata: “Quo mortuo […] filii Israel creverunt et quasi germinantes multiplicati sunt…” Esta imagen recuerda el trabajo del fermento o de la levadura en una pasta o al grano de trigo en la tierra.
(16) Origenes, “I Homilia in Exodo”, ed. du Cerf, París, 1947. Véase también Pablo, Romanos I, 18 y Lucas XI, 52.
(17) Juan I, 47: “He aquí un verdadero Israelita en el que no hay ningún artificio”.
(18) Cagliostro ante sus jueces.
(19) Véase M. R. XXXIV, 13.
(20) Véase Éxodo XIII, 22.
(21) El sentido “derecho” y el sentido “siniestro”.
(22) “De Catéchizandis Rudibus”, 44.
(23) Isaías LV, 10 y 11: “Y al modo que la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven allá sino que empapan la tierra y la penetran, y la fecundan a fin de que dé simiente que sembrar y pan que comer: así será de mi palabra una vez salida de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que obrará todo aquello que yo quiero, y ejecutará aquellas cosas para las que yo la envié”.
(24) Es decir, su Arte.
(25) Isaías XXVII, 2 y 5; Lucas XII, 58; Mateo V, 25. Los antiguos maestros pitagóricos aludían a esta misma revelación cuando hablaban de la disonancia de una nota falsa, de una falta de armonía en ese mundo sublunar. Debemos recordar las palabras de Sócrates: Esfuérzate en trabajar en armonía. Para los pitagóricos, el filósofo es un músico perfecto, tras haber sido durante mucho tiempo un buen filólogo.
(26) L. Cattiaux: «IEOUA», “in Física y Metafísica…” cit.
(27) N. de T. Este artículo fue publicado en el año 1954, un año después de la muerte de Louis Cattiaux.
(28) «Dios dijo: Cumplo la palabra de mis servidores», Isaías LXIV, 26. 23.
(29) Hemos seguido muy de cerca e incluso a veces textualmente, la magnífica versión de Jacques Boulenger, “Les Romans de la Table Ronde”, ed. Plon, París, 1948.
(30) I Corintios I, 27: “Lo que el mundo considera insensato es lo que Dios escogió para confundir a los sabios y lo que el mundo considera como nada, Dios lo escogió para confundir a los fuertes y Dios escogió aquello que es despreciable y sin consideración, lo que es nada en el mundo, para reducir a la nada aquello que es, a fin de que ningún mortal se glorifique ante Dios”.