Los grandes artistas trabajan por lo general sumidos en una especie de fiebre, que les sobreviene en cuanto se ponen manos a la obra, como efecto de la excitación de un estado ya de natural exaltado.
Pocos artistas resisten victoriosamente esas pruebas de despojamiento y conservan intacta su visión.
La ley del mundo quiere que los fuertes manifiesten su fuerza en medio de los mayores obstáculos e incluso más allá de las fronteras de la muerte, a fin de que su fe sea afirmada y justificada ante todos; pues más vale perecer con la propia fe que vegetar en la banalidad de la duda.