Por definición, las personas mediocres se oponen al movimiento, al ímpetu y a la vida, pues su pobreza espiritual y su sequedad de alma les lleva a obstaculizar todo lo que podría animarles. La falta de sustancia les vuelve pusilánimes, tristes, avaros, hipócritas y cobardes.
Son los fieles guardianes de su posición y de los bienes adquiridos, de las morales estereotipadas, de las leyes congeladas, de los ritos muertos. Son los rebaños de Panurgo de los partidos políticos, la grey supersticiosa de los cultos, los robots de las tinieblas, los esterilizadores de la vida, los furrieles del reino de la bestia.
Vejan y abruman a los vivos, incluso en nombre de los grandes precursores. Eliminan el arte en nombre del arte e intentan borrar a Dios en nombre de Dios.
Al no tener ni corazón, ni espíritu, ni fidelidad, son para siempre los sepulcros blanqueados que ya repudiaba Elías artista, más conocido por el nombre de Cristo. Al negar, rechazar o rebajar lo que les supera, forman la enorme masa de los holgazanes espirituales de la humanidad, a la que ningún amor volverá a calentar jamás.
Todas las instituciones degeneran y perecen bajo la marea de los mediocres.