Una minoría trabaja, medita y reza en silencio, buscando el secreto de los dioses en medio del sufrimiento y la indigencia. Los que aceptan esa terrible iniciación alcanzan la gloria, a menudo póstuma. La mayoría se hunden al forzar su talento natural, ya que la voluntad de éxito mundano conduce al egocentrismo, que borra el amor y la libertad.
La fecundidad supone en el artista una salud, una vitalidad sin desfallecimiento, pues el arte pictórico agota como el acto amoroso.
Así, todos los débiles se ven obligados a falsear, a plagiar, a no acabar, pues el arte pictórico no sólo vacía la cabeza y agota el corazón, sino que también destroza el cuerpo bruto.