La pintura, como las demás artes, también es un medio para descubrir los mundos que gravitan en nosotros y a nuestro alrededor. Poner en circulación una obra de arte es una señal de reconocimiento destinada a reunir en una misma comunión a individuos que tienen una cultura y sensibilidad idénticas.
El destino de la obra de arte es, pues, permitir que la humanidad media entre en relación con la esencia oculta de los seres y de las cosas. Toda obra de arte gana si se presenta entre objetos que embellecen la vida del hombre.
Su acumulación en los museos es un contrasentido y su exhibición múltiple se parece a una blasfemia, ya que el reír estúpido de las muchedumbres sanciona siempre la revelación del arte, como sancionó antaño la revelación de Dios y del Hombre.
Hay que vender para vivir, pero nunca ha de ser este el objetivo de la creación artística.
La venta interviene sólo para permitir que el artista persevere, y quien así llegue a comer, tener alojamiento, calentarse y vestirse, debe considerarse un privilegiado entre los demás hombres, ya que será el único en vivir como el santo, de la oración y la alabanza puras, lo que es concedido a muy pocos individuos en este mundo.
Sólo el artista realiza una función gratuita, por lo tanto divina, sólo él practica la unión con la creación circundante, sólo él busca el amor y la paz, sólo él conoce la armonía de los mundos, terror perfecto y perfecta felicidad.