Sólo después de haber trabajado mucho tiempo, de haber padecido mucho tiempo en el aprendizaje del oficio y de haber sufrido muco tiempo en la concentración de la sensibilidad, el artista puede olvidarlo todo y, después de rechazar toda coacción y toda razón, puede producir en ese desapego que se denomina «inspiración».
Todos los que no poseen en sí mismos ese fuego divino, creador, ordenador y destructor de los mundos fenoménicos son impotentes y deben tomar de los vivos las apariencias de la vida o, lo que es más sensato, renunciar a dar el pego.
El artista trabaja, como otros se emborrachan o comulgan, hasta el delirio del alma, hasta la locura creadora, en la euforia que engendra la libertad perfecta.
Ahí, todas las prudencias, todos los cálculos, todos los deberes y todas las demostraciones son abolidos por el espasmo de vida y de muerte que diversifica la creación.
Se necesita la audacia y la inconsciencia del loco, la gratuidad del pobre. Se necesita la paciencia de la tierra. También hay que ser lo suficientemente íntimo consigo mismo, ser lo bastante desprendido como para mostrarse desnudo sin ninguna molestia.
Siempre experimento un sentimiento de conmiseración y tristeza cuando veo los groseros alborotos de los estudiantes, pues parecen pollos que gritan antes de ser desplumados por la vida, que hará de ellos unos zoquetes adornados, unos peones raídos, unos intelectuales enmohecidos, serios, prudentes, morales y tan mediocres en una palabra. Sí, pequeños revolucionarios de cartón, gritad, aullad, alborotad, vomitad a gusto y haced creer que sois valientes, espirituales, libres, alegres y, sobre todo, artistas, ya que la vida os va a desplumar.
Si poseéis una verdadera personalidad, se desbordará por sí misma; sólo los fantasmas consumidos y vacíos imitan a los vivos.
En resumen, la ascesis artística tiene como objetivo esencial salvaguardar el don inicial dejando a la gracia circular libremente entre los límites de la técnica más lograda.