34/76. Una vez más, la promesa de la salvación es dada a los exiliados que sufren y que ruegan a Dios por su liberación. Una vez más, la puerta del reino está abierta para los que tienen sed de la vida pura e imperecedera que resplandece en Dios.
34/78. Los que nos predican el cielo y se entierran en las pequeñeces de este mundo son hipócritas que siembran el odio hacia Dios en el corazón de los humanos exiliados, en vez de hacer florecer en él su amor santo y perfecto. La salvación de Dios no es, como algunos lo enseñan, una eventualidad remota y vaga. Es una realidad inmediata y palpable para el que la alcanza aquí abajo. He aquí lo que todos debemos saber. Nunca nos avergoncemos de abandonar una opinión limitada y vaga para adoptar una idea más precisa y más amplia de la salvación de Dios, pues así, nos abriremos y germinaremos en Dios, en vez de estancarnos y descomponernos en el mundo.