Fe

09/21′. El creyente vuelve a su manantial como el grano enterrado va hacia la luz y esto es un gran ejemplo del amor celeste y de la fe terrestre.

14/03. «No desesperar jamás de Dios y de uno mismo», tal es la ley de la salvación. Debemos, pues, perseverar, confiar en el Señor y actuar según su ley, ya que el acto de fe del sembrador y el acto de amor del cielo y de la tierra son los que nos salvan de la muerte. Pero ¿cuántos penetrarán este misterio y cuántos lo realizarán antes de la hora del juicio?

10/05. La fe ciega obtiene de Dios lo que la razón no se atreve a concebir.

08/30. La fe es como la certeza de Dios en nosotros mismos y el conocimiento es como la prueba de su presencia íntima.

38/19. Nuestra fe no radica en una idea abstracta ni en un ideal inasible ni en el gran número de fieles ni en las obras humanas ni en los bienes de este mundo, ni en los honores religiosos o profanos ni en las ciencias de los hombres ni en los poderes de los ascetas. Nuestra fe radica en la certeza de la naturaleza divina encarnada en la carne del mundo. Nuestra fe se nutre de la esperanza de reencontrar esta naturaleza divina sepultada en el pecado de muerte. Nuestra fe se anima por la efusión del Espíritu Santo que fecunda la naturaleza divina y así nos rehace niños de Dios, a imagen de Dios mismo.

12/72-77. Hay tres soluciones posibles para los hombres aquí abajo: contar únicamente con uno mismo, como hacen los ignorantes extraviados en la noche del mundo. Contar con uno mismo y con Dios, como hacen los creyentes que han oído hablar de la luz del comienzo. Contar sólo con Dios como hacen los sabios y los santos que conocen o se acercan al origen y al fin de todas las cosas.

Existen, pues, dos tipos de fe, la fe de los creyentes y la que emana del don de Dios. La primera, indispensable para dar paso a la segunda, nace del «recuerdo» del esplendor perdido por nuestros primeros padres. Es la que empuja al creyente a empezar el peregrinaje, es decir, «la búsqueda». La segunda fe es teologal, lo que significa que es dada por Dios al final del peregrinaje. Para el Islam, se trata de ‘la prueba irrefutable’ dada por Alá. Es también la fe de Abraham: «La certeza de la Naturaleza divina encarnada en la carne del mundo» (El libro de Adán , C. del Tilo .

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